Evitar el conflicto es evitarse a uno mismo

Ayer estaba con una clienta, se llama María (como siempre, cambio el nombre y algo de la historia para proteger su intimidad). Lo que me decía María es que está saliendo, para complacer a su novio, con gente que no le importa y esto no le hace estar bien. Su conflicto en este momento está entre complacer a su pareja o a sí misma. 

Me parece entrañable la manera en que defiende a los amigos (que no le gustan), me dice: «no son ellos, son muy buenas personas, soy yo que soy demasiado rígida». Y yo le pregunto, a ver qué le dice su cuerpo: «siento una tensión en la boca del estómago, sé que esto me está afectando, ¿cómo puedo hacer que esto no me afecte?». Y le pregunto: «qué quieres decir con que esto no te afecte?». Y me contesta: «que no quiero estar mal cuando salgo con esta gente, vivo en el extranjero desde hace mucho y no tengo muchos amigos, son de mi pareja. Si le digo que no quiero salir con ellos, me voy a quedar sola». «Entonces quieres estar con estas personas para no quedarte sola, no porque te gusten», le comento. «Efectivamente. A mí estas personas ni me van ni me vienen, pero no quiero quedarme sola y, sobre todo, no quiero que mi pareja se enfade conmigo. Aunque admito que me encantaría tener la libertad de quedarme en mi casa y poder decir que no quiero salir.»

Esta situación es mucho más común de lo que piensas y pasa en diferentes edades. 

A veces nos sentimos atrapados en una vida social que no nos alimenta como necesitamos y no nos atrevemos a poner un límite, ni siquiera cuando hay una relación de confianza que nos permitiría decir: 

«Hey, hoy tampoco me apetece salir, llevo unos meses cansada y aburrida de hacer siempre lo mismo, no sé cuando volveré a ser la de antes. De hecho, quizás mis prioridades están cambiando y quiera abrirme a una nueva vida». O algo parecido. 

Yo creo que, sobre todo en la pareja, es necesario tener este espacio de confianza y de libertad. Y con los amigos también. Si no, pleguem velas, ¿no? 

Sin embargo, para muchas personas es más importante no herir los sentimientos de su pareja y no crear conflictos. 

¿Qué le puede pasar a una persona que tiene como objetivo principal no crear conflicto? Varias cosas, y pocas son buenas.

Quizás lo mejor que le pueda pasar a una persona que evita el conflicto es estar en un entorno que lo facilita; para ponerle de cara a sus dificultades.

Vivir evitando el conflicto es prácticamente imposible, excepto si te moldeas y pasas por encima de ti mismo y tus diferencias personales, esas que te hacen único.

Yo con el counselling no puedo facilitar esto. Puedo y quiero facilitar el encuentro contigo y con tu unicidad y que puedas salir al mundo sosteniendo esto y gestionando el eventual conflicto que puedas encontrar ahí fuera. 

El proceso de counselling Gestalt puede ayudarte a esto: ser cada día más tu mismo y gestionar las consecuencias. 

Gracias por estar.

¿Qué es el hogar para ti?

Cuando tomé la decisión de expatriarme, era muy joven y llena de energías. No sé bien qué es lo que me hizo tomar la decisión, solo escuchaba esta voz que me decía «vete a Barcelona». No conocía nada de la ciudad ni de su historia; sin embargo, sentía que debía venir a vivir aquí. 

Hoy me pongo nostálgica.

Este fin de semana han venido mi tía y mi prima de visita y he recordado nuestra infancia en la casa de verano de mis abuelos, qué bello fue. 

Y luego la realidad. 

No tengo a mis amigas de toda la vida aquí, ni a los vecinos que me conocían desde pequeña, o los colores y sabores de toda la vida. 

Los registros culturales han cambiado y escuchar mi prima y mi primo hablar siciliano me ha devuelto a las playas de mi infancia. Es poderoso el idioma materno. Aunque no haya llegado nunca a expresarme con él. 

Para mí «el de siempre» es otro; de mis amigas aquí. El registro cultural es diferente, no es solo el idioma, es cómo se utilizan las palabras. Por ejemplo, si utilizo expresiones que con mis amigas en Italia o en Sicilia son súper naturales aquí se leen como «muy bestia». Este es solo un ejemplo del shock cultural, luego hay muchos más.

La vida da emigrante/ inmigrante es curiosa. 

El otro día tenía una sesión con Tina, una mujer de más de 60 años que también viene de otro país; su marido la ha dejado por otra más joven. Un cliché. Lo que cuenta Tina es que ahora que su matrimonio está acabando, ella esta aquí sola, sin su familia. Tienen un hijo mayor que ya es un hombre, hace su vida. Ella se siente como un pez fuera del agua. 

Porque lo que es cierto es que los sabores, los colores y los olores de toda la vida te reconfortan como nada ni nadie lo hace.

Será porque hemos crecido con ellos; y en la infancia nos reconfortaban en nuestra cotidianeidad hecha de alegrías, pero también de decepciones y dolores. Y cuando llega un gran dolor, lo que queremos es sentirnos a salvo, seguros, no importa nuestra edad: lo que importa es sentirnos arropados. 

Cuando vivimos en el extranjero esto se vuelve algo más difícil. Ojo, no imposible. 

Más difícil porque esta necesidad de arroparnos está muy presente, pero también lo está la gran soledad que a veces podemos sentir al ser extranjeros. 

Por eso, lo más importante es poder arroparnos a nosotros mismos.

Y ¿eso se puede hacer? ¡Claro que sí! 

Todo mi pequeño mundo de cuna sigue estando en mi corazón. Si ayer me dejaba arropar por los que me rodeaban, hoy puedo arroparme a mí misma. También puedo dejarme sentir la nostalgia de mi tierra. Suena cursi, lo sé, pero es el abrazo más sincero y más antiguo que puedo encontrar al vivir lejos de casa.

  • ¿Qué es casa?

Los que nos hemos ido lejos, sabemos que casa está en nosotros mismos y sabemos de la importancia de tener el corazón bien ordenado, limpio. Este fin de semana mi tía ha flipado con mi álbum de fotografías, no sabía que durante años me he ido llevando fotos de familia para hacer mi propio álbum. Esto me ayuda a estar en contacto con lo que ha sido, mantenerlo ordenado dentro de mí y volver a ese pasado hecho de la casa familiar, de la convivencia con los de mi sangre, haya sido buena o mala. 

Este sentimiento de pertenecer me hace más fuerte, aunque ahora esté lejos.

Si quieres que te ayude a ordenar tu corazón, estés donde estés, las sesiones de Terapia Gestalt conmigo te interesan. 

Te deseo un feliz lunes.

Recibe mi abrazo.

Rutinas de auto cuidado

Ayer mi hermana me dijo: «no hay nada más profundo que cuidar tu superficie». Me pareció una frase que toca un concepto genial. En esta última década, me he ocupado de bucear las profundidades de mi alma, de mi persona, y había dejado de lado la superficie. Mi apariencia. 

Todo esto nace de un video donde me presento y hablo de mi historia. Es un nuevo proyecto que llevo en marcha unos meses. Los comentarios de mis amigos y familiares han sido muy amables, me han dado fuerza y ganas de seguir. Con todo, no he podido obviar unos cuantos comentarios del tipo: «con este pelo pareces una monja» o «ponte corrector para las ojeras».

Aunque tenga cada vez más interés hacia la actitud: «me la suda»; este video ya está hecho y así se va a publicar, el comentario de mi hermana me ha hecho reflexionar. ¿Cómo es que no cuido casi nada mi aspecto exterior?  Y reflexionando, reflexionando, me he dado cuenta de que hace años, más de diez, utilizaba la rutina de belleza para cuidarme. Era una manera de estar conmigo y cuidar mi cuerpo: mi envoltorio, que es mi contacto con este plano de la realidad. No era solo una manera de parecer más guapa, era una manera de conectar conmigo y cuidarme. 

Lo perdí. 

En la jungla de la vida, luchando por la supervivencia y en el viaje interior que inicié, se me olvidó que todas las diosas tenían en los «baños» y en el cuidado del cuerpo un momento sagrado de su vida. 

Digo «todas las diosas», pero no tengo claro que todas lo hicieran. La que me consta que persiguió más de un hombre por haberla interrumpido en sus baños era Artemisia, diosa de la caza y de los bosques. La entiendo, yo tampoco toleraría que se me interrumpiese en un momento tan íntimo y sagrado. 

Llevo años sin apenas acudir a estos momentos de conexión sagrada conmigo misma. 

Si en la vida hay que ser fuertes y cazar, qué menos que honrar a mi diosa interior con un buen baño, con aceites perfumados y… por qué no algún buen masaje de vez en cuando. Y si no me puedo permitir económicamente ir a un Spa o seguir tratamientos de belleza (que es una buena excusa para la mayoría de nosotras), ¿qué tal algo más home made? No hace falta mucho dinero para tomar un rato del día a día; para sentarte delante de un espejo, mirarte a los ojos, conectar de corazón con lo que vas a hacer, extender una crema sobre la cara y luego en las manos. 

Aprovechar este sencillo gesto para darte un masaje y hablar contigo, no para criticar tu aspecto o murmurar: «La piel está cayendo irremediablemente», «qué fea soy», o «ya soy vieja».

Por lo general, las mujeres que conozco se hablan así a sí mismas. 

 ¿Tú crees que una diosa que persigue hombres si la interrumpen en su intimidad, se hablaría así? Yo creo que no.

Yo creo que esta diosa reconocería las cicatrices de sus batallas y cacerías y las cuidaría con amor y agradecimiento por haber sobrevivido a muchas. Muchas experiencias a veces cotidianas, a veces extraordinarias.

Precisamente para celebrar estas experiencias extraordinarias, he grabado este video sobre mi historia.

Si quieres, puedo acompañarte para un proceso terapéutico.

Recibe mi abrazo, disfruta del fin de semana y del video.

¿Cómo se llama tu elefante?

Hoy te propongo un nuevo juego.

No sé si lo sabes, pero tengo un nuevo amigo. Se llama Pillo y es un elefantillo rosa que ocupa mi salón de vez en cuando. Pretende recordarme algo. Es algo tan evidente  que lo he perdido de vista. Por eso ha venido Pillo: para recordarme que hay un aspecto de mi vida que estoy ignorando.  

Una clienta el otro día me dijo: «¡ya se como se llama mi elefante rosa! Tiene el nombre de mi marido; que es enorme, se ha empotrado voluntariamente en el sofá y, aunque no sea rosa, me está dando un mensaje muy claro». Otra clienta me decía: «mi elefante se llama como la empresa para la que trabajo, me está chupando la vida».

El mío se llama Pillo, como se les dice a los niños jugando. Me recuerda precisamente que yo no juego; que me estoy pasando la vida ignorando la parte de disfrute, la parte más hedonista y placentera. Cuando muera probablemente escribirán un epitafio que diga: «Ha muerto cumpliendo su deber». 

Francamente, me da bastante mal rollo.

Quizás la vida sea algo más que resolver problemas y cumplir con expectativas (propias y de otros) muy exigentes. 

Quizás la vida se despliegue en la risa que llena el corazón de calor y humanidad. 

Quizás realmente debamos dejar a las máquinas el cumplimiento del deber y reclamar un espacio de eso, de humanidad. Correr en la naturaleza, oler una flor, contemplar el mar, disfrutar de una buena comida, abrirse a los placeres más carnales y terrenales. 

Dejar que los minutos se vuelvan horas y las horas, días.

Hasta que no seamos dueños de nuestro tiempo, seguiremos siendo esclavos. 

Por eso quiero integrar más el juego, y por eso necesito integrar el juego también en mi práctica terapéutica. 

En esto me ha inspirado mucho Paolo Quattrini, en una conferencia que dio para el colegio de psicólogos en Roma (si recuerdo bien) cuando, hablando de la práctica terapéutica, dice: «Si nos divertimos, sirve más».

Así pues, este es mi elefante rosa.

 ¿Cuál es el tuyo? 

 ¿Cómo quieres llamarle?

Es el asunto pendiente más grande y evidente que tienes… y que sigues ignorando. 

Sabes de qué estoy hablando. Permítete ser brutalmente sincera contigo mismo o contigo misma, la realidad siempre gana. 

No te preocupes, no te propongo enfrentarte a él, no todavía.

¿Cómo pretendes hacer salir a un enorme paquidermo rosa de la puerta de tu casa sin hacer alguna reforma estructural?

Creo que es necesario tiempo y paciencia antes de poder deshacerte de este inesperado compañero de viaje.

No es necesario solo un proceso terapéutico, es necesario abrazar una filosofía de vida que se fundamente en el auto-respeto y en la auto-alianza. Es bueno que alguien experto en esta filosofía de vida te acompañe. Es bueno ponerte pequeños retos que empujen el cambio y que respeten los tiempos de cada uno.  

Recuerda que el proceso de psicocounselling Gestalt conmigo puede ayudarte en ese proceso.

La tolerancia a la frustración

A veces la vida nos pone en tesituras desagradables. 

Estas situaciones pueden manifestarse de varias formas. Lo que tienen en común es la frustración que nos provocan. El nivel de aceptación de la frustración depende de si en la infancia hemos sido acogidos y consolados. Los niños que no han aprendido a consolarse delante de la frustración, se vuelven adultos que toleran poco o nada la frustración que la vida les pone delante. 

Para mí, personalmente, este es un temazo

A veces dudo si no me han consolado de pequeña o si yo no he querido consolarme. Sé que da igual, porque el resultado es el mismo. He llegado a ser una adulta con muy poca tolerancia a la frustración. Como la vida es sabia, me sigue poniendo en situaciones frustrantes. Me da la posibilidad de aprender, dar un paso más para tolerar la frustración. Aprender a consolarme. 

Me doy cuenta de que percibo el consuelo como síntoma de debilidad. Una tontería, porque si yo quiero que el sol sea rosa y el sol no se pone rosa, es absurdo consolarse. Sería como renunciar a lo que deseo o necesito. Aceptar que no pasa nada con esto, para mí equivale a engañarse. 

Claro que si lo que quiero o necesito es que «el sol sea rosa», es difícil apreciar el dolor que puede provocar algo tan tonto. Si lo que quiero es que mi madre o mi hermana me demuestren su amor y me hagan sentir parte de la familia, quizás la cosa cambia. 

Es difícil aceptar que para tu madre no eres tan importante como ella para ti. Sobre todo cuando eres una niña. 

Esto provoca un dolor inconsolable, ¿cómo puede haber consolación para algo así? Es engañarse. 

Sin embargo, es necesario.

Renunciar al consuelo es estar en contra de la vida, es renunciar a bajar la cabeza delante de las cartas que la vida te ha dado y refunfuñar para que te dé otras, en lugar de aceptarlas de buen grado. 

El discurso que acompaña esta actitud puede ser muy variado. Puede haber varios discursos que sustentan esta actitud, aunque todos ellos estén cargados de razón y de verdad, ninguno te lleva hacia un contacto amoroso contigo, ni con tu entorno. 

Cuando te das cuenta de esto, puedes hacerte responsable y cambiar algo. 

Cambiar, en este caso, significa hacer una gran renuncia narcisista. En pocas palabras llegar a decir: «puedo vivir con esto que me está pasando, no pasa nada, la vida sigue a pesar de que mis deseos, mis objetivos, mis ambiciones y también mis necesidades no encuentren satisfacción».

Para mí, renunciar a esto es una gran putada. 

Acabo de apreciar este nuevo camino y me parece tan poco atractivo que no tengo ninguna gana de recorrerlo. Estoy explorando y respetando mi resistencia. Esto también es tratarme con amor. Ser compasiva conmigo y con mis dificultades es el primer paso para consolarme. 

Me gustaría tenerlo ya todo hecho y no es así. Puedo enfadarme o cuidarme y amarme. Yo decido en cada momento.

Y cada momento tengo la libertad de volver a decidir.

Si quieres que te acompañe en un proceso de Terapia Gestalt, puedes contestar a este mail y ponerte en contacto conmigo. 

Recibe mi abrazo.

El único antídoto del miedo

Estoy trabajando en un video donde me presento y hablo de mi historia. Es increíble lo incómodo que me resulta hablar de mí, sin maquillajes y sin adornos. La emoción que más predomina es el miedo y la vergüenza. La vieja preocupación de ¿qué pensarán de mí? Sin embargo, también siento la necesidad de deshacerme de estas viejas costumbres. 

El único antídoto del miedo es el coraje.

A menudo pensamos que el coraje, la valentía, es la ausencia de miedo. Eso no es así. El coraje no existe sin el miedo. Sería inconsciencia, sería una mentira. 

El miedo es una de las cuatro emociones básicas y es una de las principales responsables de nuestra evolución. El miedo hace que nos protejamos delante de un peligro. El miedo es el que te dice cosas como: «Vas demasiado rápido al volante»; «has bebido demasiado, coge un taxi»; «no te quedes sola en el aparcamiento con aquel tío». El miedo sirve para que sigas vivo. 

No me gusta enfrentarme al miedo con rabia o con críticas, no creo que sea necesario erradicarlo de mi vida. Sin miedo soy una kamikaze y los kamikaze no acaban demasiado bien.   

Hace unos días escuché una entrevista a la escritora de Come, reza, ama. En ella contaba que ella no quiere eliminar el miedo, si no que lo invita a la conversación. Lo que hace es limitar su rango de acción: «Es como ir en el coche con el miedo y hacer que se siente en el asiento de detrás; no va a tocar el volante, no va a tocar la radio ni ningún comando del coche, pero lo puedo escuchar». 

Imagino que esto le permite tener un buen margen de libertad para crear. 

Aunque no tengamos una vida creativa demasiado desarrollada, el miedo nos visita a menudo. Imagino que conoces sus efectos en tu día a día, por ejemplo cuando conoces alguien nuevo y no te atreves a hablar con esta persona, o cuando quieres hacer una pregunta en una clase y no te ves capaz de levantar la mano; cuando quieres proponer una nueva idea a tu jefe o cuando tienes que tomar una decisión respecto a tu vida. 

Estos, y muchos más, son ejemplos de cuando el miedo actúa fuera de lugar. 

Tu vida no está en peligro y el miedo se activa para protegerte de un peligro relacionado con alguna necesidad neurótica, como gustarle a todo el mundo o no recibir críticas, no llamar la atención o cualquier otra exigencia que te impide vivir libremente. 

En este caso el miedo requiere coraje.

Cuando tu indemnidad está en riesgo, te aconsejo vivamente hacer caso a tu miedo; mientras que cuando debes tomar una decisión o comenzar un nuevo camino, es buena idea escucharlo y dejar que surja en tu corazón la dosis necesaria de valentía y coraje para poder ejercer tu libertad. 

Si frente a una decisión importante permites que sea el miedo quien conduce tu vida, estrecharás cada vez más el círculo de tu libertad hasta que ya no te quede más espacio que el estrictamente necesario para ser su esclava.

No sé tú, pero yo quiero aprovechar esta posibilidad que me da la vida para ejercer mi libertad, no mi miedo. 

Si estás de acuerdo conmigo, las sesiones de Terapia Gestalt te sirven para recobrar la valentía necesaria de ser tú mismo y gozar de ello.

Te abrazo

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