Vida de expatriados, problemas de emigrantes

Después de tres años he vuelto a Piacenza, la ciudad de mi padre. Viví aquí de los 15 a los 23 años, hasta que me mudé a Barcelona. Es una ciudad gris, fría, con mucha niebla e industrias. Guay, ¿verdad?

Lo que hay aquí son mis amigos. Y todo vuelve a ser del color de las rosas. 

Creo que cuando conoces alguien en el instituto y sigues siendo su amiga 20 años después, es porque ha habido un flechazo. 

¿Hay enamoramientos entre amigos?

Yo creo que sí. 

Hay confianza, complicidad, una manera de bromear y estar juntas que difícilmente vuelve a repetirse con otras personas, y no porque no haya cariño sino porque no hay veinte años de amistad detrás. Con muchas cagadas, broncas y momentos maravillosos y memorables.

Ya no es posible hacer pellas en el cole, escaparte un fin de semana para dormir cerca del río, emborracharte hasta encontrarte mal y que te cuiden los padres de tu amiga o tener que preparar los exámenes de selectividad; con todo el compañerismo que esto conlleva.

La vida de adulta a veces es individualista, por lo menos eso me parece a mí. 

La pregunta me surge espontáneamente: ¿Por qué no vuelvo aquí?

Esta misma es la pregunta que me hizo el miércoles una clienta que está viviendo en Ámsterdam y que echa de menos vivir en Catalunya. 

¿Cómo se decide dónde vivir?

Vamos a ver: no somos la primera generación que emigra y se reubica. Los casos de las generaciones anteriores que conozco (por ejemplo la de los padres de otra cliente que emigraron para hacer fortuna en Suiza), tenían claro que emigrar era un trámite de unos años hasta que pudieran reunir el dinero suficiente para volver. 

Hoy en día esto no está tan claro. Los que emigramos queremos crearnos una vida, un hogar en el nuevo país, y a menudo no contemplamos la posibilidad de volver. 

Es cierto que volver aquí me pondría muy contenta, pero ¿qué sería de mi vida aquí?

Puedo haber tenido suerte con mis amistades en el instituto, pero ¿es esto suficiente para vivir aquí?

Francamente, me temo que no. 

Existe todo un entorno social en el que siento que no encajo. El norte de Italia es serio y severo en general. A pesar de haber tenido muchísima suerte con mis amistades, sé que más allá de ellas no hay mucho para mí aquí. 

Y esto me entristece. 

Al mismo tiempo, entiendo que no se puede remediar. 

A pesar de ser un país latino y no gozar de los privilegios de los países nórdicos, para mí Catalunya es libertad, atrevimiento, buena vida e innovación, vanguardia. Más allá de este momento un poco gris, sigue siendo una tierra valiente, de gente muy honrada y con la cabeza bien amueblada. En Catalunya, y en España, se respetan algunos derechos humanos y sociales que aquí en Italia quizás necesiten años para ver la luz, si llegan a verla algún día. Eso parece una tontería, pero para mí es algo muy grande. No es solo respeto el ámbito LGTBI, que también, sino por ejemplo la experimentación sobre las células madre, que aquí está prohibida por el Vaticano; y la fecundación asistida, que también está vetada. Italia es un país maravilloso que se está quedando muy viejo y demasiado conservador para mi gusto. Cuando los republicanos me hablan de la familia real española y sus gastos, yo sonrío por dentro y pienso que no saben lo que significa tener el Vaticano cerca, con su inferencia, rigidez, privilegios. Y una presión fiscal del 45%-50%.

Eso no me interesa.

Cuando decidimos dónde vivir, dónde formar nuestra familia, dónde celebrar nacimientos y llorar muertes, dónde envejecer y quizás morir; no lo hacemos solo pensando en el trabajo, hay una infinidad de otros factores que tener en cuenta. 

Si quieres que te acompañe para hacer todas estas consideraciones juntos, para ver cómo es tu experiencia de expatriado o expatriada y cómo puedes estar más en paz con toda la movida emocional que esto conlleva, las sesiones psicocounselling Gestalt conmigo  te interesan.

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Cristina