Cuando tenía unos doce años leí Drácula de Bram Stocker. Poco después también vi la película de F. Coppola. Mmm, qué gusto.
Al no encontrar espacio bajo el paraguas de «los buenos», al sentirme rechazada por la Iglesia y al darme cuenta de que era diferente, Bram Stocker me ofreció un lugar que me acogía en las tinieblas.
«He atravesado los océanos del tiempo para encontrarte», dice Drácula a su amada.
«Tiene un lado siniestro y oscuro que encuentro irresistible», dice Mina.
Una historia de amor épica y condenada por la Iglesia y las fuerzas de la luz.
¿Por qué?
Porque cuando él la pierde enloquece de dolor y maldice su misma alma, condenándose a la oscuridad eterna.
Hoy en día esta me parece una decisión cuestionable. En mi pre-adolescencia; en mitad de poderosas tormentas hormonales, me pareció simplemente muy romántico. Justificaba todo el horror, el dolor y la perversión que este príncipe causaba porque sufría por haber perdido su amor.
Estaba enfadado porque Dios le impedía para siempre reunirse con su princesa (ella se había suicidado creyendo que él había muerto en batalla).
La eternidad es mucho tiempo.
Frente a semejante dolor, el príncipe maldice la Iglesia y comienza su camino por las tierras oscuras.
Si te soy sincera, hoy en día me sigue pareciendo muy romántico.
¿Por qué saco hoy este tema? Por dos razones.
En primer lugar porque ayer, recordando este libro y esta película, también recordaba cómo, en la adolescencia, fantaseaba con que un vampiro me viniera a buscar atravesando los océanos del tiempo. Recuerdo fantasear con estar en camisón de seda (como Mina y Lucy) en mi habitación mirando por la ventana y ver un hombre bello y apuesto (aunque con los ojos rojos), devolviéndome la mirada intensamente, con deseo. Lo que experimentaba era una mezcla de miedo y deseo.
Cuando el miedo era demasiado intenso y no me dejaba dormir por las noches me repetía: «Los vampiros no pueden entrar si no los invito».
Esto es lo que quiero señalarte hoy.
Es cierto que existen personas que chupan nuestra energía y a menudo nos sentimos muy atraídas hacia ellas; sin embargo no tienen poder sobre nosotros si no los invitamos a entrar.
Mi alma es mía y si tengo claro esto, nadie me puede hacer daño.
El tema es cómo gestionar esto cuando te embarga el deseo y crees que «necesitas» entregarte a él (diferenciar deseo y necesidad es importante).
En la peli, Van Helsing (el que lucha para acabar con el príncipe de la oscuridad) dice: «ella es una concubina voluntaria»; o sea, no es víctima del monstruo.
Esto es algo muy importante cuando tenemos una relación que nos hace daño.
Entonces, para empezar: un vampiro no puede entrar en tu casa (metafóricamente en tu corazón) si no le invitas.
En segundo lugar, me parece muy importante darse cuenta del precio que estás dispuesta a pagar para vivir un amor «imposible».
Existen relaciones que no pueden ser. Siguiendo la analogía con la película, la mujer de Drácula se suicida creyendo que su amado príncipe había muerto en batalla.
Ok, es una putada. Pero si el príncipe estuviera haciendo counselling conmigo, antes de que maldijera su alma para toda la eternidad, le habría preguntado:
- ¿Que significa realmente maldecir tu alma para toda la eternidad?
- ¿Qué vas perder?
- ¿Qué precio vas a pagar?
Ayer tuve una sesión con una mujer que está viviendo un amor extremadamente romántico y frustrante a la vez. Y le pregunté: «Qué precio te supone seguir estando en esta relación?», «¿quieres tener hijos?», «¿quieres formar una familia?», «¿qué esperas para tu vida?».
¿Estás dispuesta a «maldecir tu alma» (renunciar a tus aspiraciones) por no querer dejarle ir?
Si te interesa profundizar en tu vida y aprender a darte lo que pides a los demás, las sesiones de Terapia Gestalt conmigo te interesan. Recibe mi abrazo.
Ayer estaba con una clienta, se llama María (como siempre, cambio el nombre y algo de la historia para proteger su intimidad). Lo que me decía María es que está saliendo, para complacer a su novio, con gente que no le importa y esto no le hace estar bien. Su conflicto en este momento está entre complacer a su pareja o a sí misma.
Me parece entrañable la manera en que defiende a los amigos (que no le gustan), me dice: «no son ellos, son muy buenas personas, soy yo que soy demasiado rígida». Y yo le pregunto, a ver qué le dice su cuerpo: «siento una tensión en la boca del estómago, sé que esto me está afectando, ¿cómo puedo hacer que esto no me afecte?». Y le pregunto: «qué quieres decir con que esto no te afecte?». Y me contesta: «que no quiero estar mal cuando salgo con esta gente, vivo en el extranjero desde hace mucho y no tengo muchos amigos, son de mi pareja. Si le digo que no quiero salir con ellos, me voy a quedar sola». «Entonces quieres estar con estas personas para no quedarte sola, no porque te gusten», le comento. «Efectivamente. A mí estas personas ni me van ni me vienen, pero no quiero quedarme sola y, sobre todo, no quiero que mi pareja se enfade conmigo. Aunque admito que me encantaría tener la libertad de quedarme en mi casa y poder decir que no quiero salir.»
Esta situación es mucho más común de lo que piensas y pasa en diferentes edades.
A veces nos sentimos atrapados en una vida social que no nos alimenta como necesitamos y no nos atrevemos a poner un límite, ni siquiera cuando hay una relación de confianza que nos permitiría decir:
«Hey, hoy tampoco me apetece salir, llevo unos meses cansada y aburrida de hacer siempre lo mismo, no sé cuando volveré a ser la de antes. De hecho, quizás mis prioridades están cambiando y quiera abrirme a una nueva vida». O algo parecido.
Yo creo que, sobre todo en la pareja, es necesario tener este espacio de confianza y de libertad. Y con los amigos también. Si no, pleguem velas, ¿no?
Sin embargo, para muchas personas es más importante no herir los sentimientos de su pareja y no crear conflictos.
¿Qué le puede pasar a una persona que tiene como objetivo principal no crear conflicto? Varias cosas, y pocas son buenas.
Quizás lo mejor que le pueda pasar a una persona que evita el conflicto es estar en un entorno que lo facilita; para ponerle de cara a sus dificultades.
Vivir evitando el conflicto es prácticamente imposible, excepto si te moldeas y pasas por encima de ti mismo y tus diferencias personales, esas que te hacen único.
Yo con el counselling no puedo facilitar esto. Puedo y quiero facilitar el encuentro contigo y con tu unicidad y que puedas salir al mundo sosteniendo esto y gestionando el eventual conflicto que puedas encontrar ahí fuera.
El proceso de counselling Gestalt puede ayudarte a esto: ser cada día más tu mismo y gestionar las consecuencias.
Gracias por estar.